¿Por qué insistir con un personaje de hace más de cincuenta años? ¿Son homenajes cargados de nostalgia o tienen algo para decir en este presente? ¿La Argentina, Latinoamérica y el mundo, el capitalismo y nuestra dependencia, son los mismos que hace medio siglo? ¿Son aplicables como fórmulas aquellas experiencias, las colectivas y en particular la vida de uno de sus protagonistas? En una conferencia en la CGT de Bahía Blanca, en 1965, Cooke lanza la que sería una de sus frases más conocidas: “El pasado es raíz y no programa”.
Por Agustín Lecchi, Secretario General del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SIPREBA)
No queremos hacer una enumeración de datos biográficos, sólo mencionaremos algunos fundamentales: John William Cooke nació en La Plata en 1919, se recibió de abogado con 24 años y rápidamente tomó tareas en el Ministerio de Relaciones Exteriores que conducía su padre, Isaac.
El “Bebe”, como le decían por la tesitura de su piel, comienza su militancia universitaria en el radicalismo yrigoyenista y luego es parte del movimiento peronista desde que irrumpe como tal el 17 de octubre del 45, es elegido diputado en 1946 y se convierte en el legislador más joven. Desde ese lugar preside la Comisión de Asuntos Constitucionales en el marco de la reforma que finalmente se aprobará en 1949.
Alguien podría decir que Cooke, en sus 48 años de vida, pasó por el radicalismo, luego por el peronismo, para terminar en el marxismo, pero sería un error encasillarlo de esa manera. Hay ahí una trayectoria impecablemente coherente. Lo que guio siempre su militancia fue la lucha por la liberación nacional con una perspectiva latinoamericana, con la clase trabajadora con un papel protagónico en ese proceso, la comprensión de que eso sólo podía suceder con un proyecto de raigambre popular, de masas y con las particularidades locales, propias de la nación en la que esa lucha se llevaba adelante.
Esa mirada la construyó desde la reflexión y el estudio y, fundamentalmente, desde la acción concreta, siendo organizador e interviniendo políticamente en cada etapa, más allá de tener o no un cargo, de las condiciones políticas y de las correlaciones de fuerzas.
Nacional, popular y revolucionario
Fue esa perspectiva la que lo llevó a ser radical yrigoyenista, luego peronista y, también, sufriendo en carne propia los límites que imponían las dictaduras o las democracias proscriptivas a los procesos populares, a abrazar la causa de la revolución cubana y ser parte de ese proceso. No ve como un “salto” el pasar del yrigoyenismo al peronismo sino la consecuencia lógica de una misma posición política: “Milité toda la juventud de mi época en la UCR porque en la década infame del 30 al 43 era la única posibilidad en Argentina de la caída del régimen de la oligarquía. Cuando apareció un oscuro coronel que encarnaba la síntesis de las aspiraciones populares, abandoné las filas del radicalismo. No soy un converso. A mi juicio fue la UCR la que se desvió de su línea histórica”.
Y sobre el 17 de octubre recordó: “Con muchos compañeros hemos estado juntos en los días gloriosos de octubre. Y mientras los partidos llamados populares y la Corte Suprema pactaban la siniestra aparcería de la entrega a la oligarquía, yo estaba con los obreros en la plaza de Mayo”.
Dos décadas más tarde, caracterizará al peronismo como “el hecho maldito del país burgués” y “el más alto nivel de conciencia al que llegó la clase trabajadora argentina”. En el mismo texto, conocido como “Peronismo y revolución”, es categórico al definir que “la revolución argentina es impensable sin el peronismo, que es la forma política que adquieren las fuerzas sociales de la transformación”.
Sobre el nacionalismo dirá que “el único nacionalismo auténtico es el que busque liberarnos de la servidumbre real: ese es el nacionalismo de la clase obrera y demás sectores populares, y por eso la liberación de la patria y la revolución social son una misma cosa, de la misma manera que semicolonia y oligarquía son también lo mismo”.
Cooke decide confrontar así contra la derecha que, dice, es sólo nacionalista de manera discursiva: “El antiimperialismo ha pasado a ser retórica en ellos, y vuelven a su raíz oligárquica”, y lo demuestra con el ejemplo de Cuba y el rol de las derechas como aliadas yanquis. Ese anclaje profundamente nacional, popular y revolucionario, lo define a Cooke en toda su existencia.
Hay también un método que atraviesa toda su vida, independientemente de los cargos y lugares que ocupa o de las condiciones en las que desarrolla su militancia, ya sea en la cámara de diputados (1946 a 1952), editando una revista como es De Frente -en la que no firma sus artículos-, en un debate con Evita o una correspondencia con el propio Perón -”mi querido jefe”, como lo llamaba-, desde la prisión o en la clandestinidad: es la mirada crítica, la capacidad de debatir con frontalidad y autonomía sin dejar de ser orgánico y parte de un proyecto político colectivo como el peronismo.
Un estilo propio
En esa posición crítica y de acción permanente en pos del proyecto, durante toda su vida combate las lógicas acomodaticias de funcionarios o dirigentes que le ponen un freno al espíritu revolucionario y transformador del movimiento y se preocupan más por sus posiciones individuales.
Cooke tiene claro que el enemigo es el imperialismo y la oligarquía, pero también discute, durante toda su trayectoria, con dos sectores: hacia adentro del peronismo con los que llama burócratas y, hacia afuera, con un “izquierdismo pueril que adjudica a un proletariado ideal ciertos niveles teóricamente determinados y luego los toma como pautas para juzgar al movimiento obrero concreto”. Se refería así a la izquierda trotskista y la del Partido Comunista, que se integraron a la opositora Unión Democrática con sectores oligárquicos y liberales.
En su crítica a “lo burocrático” define, por contraposición, su propia forma de militancia y de conducción: “Lo burocrático es un estilo en el ejercicio de las funciones o de la influencia. Presupone, por lo pronto, operar con los mismos valores que el adversario, es decir, con una visión reformista, superficial, antitética de la revolucionaria”.
Esto está íntimamente vinculado con la posibilidad de la crítica o la confrontación de ideas siempre que sea para fortalecer el proyecto colectivo y potencie el espíritu transformador del mismo. En cambio, “la burocracia es centrista, cultiva un realismo que pasa por ser el colmo de lo pragmático… El burócrata quiere que caiga el régimen -continúa en “Peronismo y Revolución”, un texto de 1967-, pero también quiere durar; espera que la transición se cumpla sin que él abandone el cargo o posición”.
Por eso, desde su época de diputado, Cooke confronta con los aduladores de Perón y Evita, a tal punto que Raúl Apold, secretario de prensa y difusión, lo acusa de comunista. Un dato de color: años después, cuando llega a Cuba, Cooke es denunciado como infiltrado trotskista por parte de sectores ligados a “la burocracia soviética”, a punto tal que Emilio Aragonés Navarro, diputado diplomático de la Revolución que fue embajador en Argentina, debe emitir un salvoconducto el 13 de mayo de 1960, en el que se plantea que “el compañero Cooke es un revolucionario argentino invitado a venir a Cuba por el Movimiento 26 de julio”, y expresa que “ante cualquier duda o instrucción contraria consultar a Ernesto Guevara”.
Desde aquel lugar de confrontación contra el burocratismo, el reformismo o una izquierda sectaria y aislada de las masas, plantea que “no tenemos fórmulas infalibles y la unidad que propugnamos como única posible no implica dispersarnos ni correr a montes y trincheras, o barricadas. Pero sí compartir la voluntad de actuar con miras a una estrategia común. Los “realistas” viven plácidamente a la espera de condiciones que tienen la propiedad de estar siempre más allá de las imperantes en cada momento real (…) La unidad exige un claro propósito y una estrategia común variada en su aplicación, pero no aguarda por malabarismos palabreros. Es lo mínimo que podemos ofrecer a los pueblos de América Latina. Porque solo ganan las batallas los que participan en ellas, y solo caen las correlaciones abrumadoras de fuerzas, si, como punto de partida, existió el propósito inquebrantable de vencer” (Diario Línea Dura, 18/6/1958).
Cooke, como dijimos, es un hombre de reflexión y estudio (dirige el instituto de investigaciones históricas Juan Manuel de Rosas, publica artículos, da conferencias), pero fundamentalmente de acción. En 1952 termina su primer mandato como diputado, pero en las elecciones de noviembre de 1951 no es incorporado en las listas. Había ganado una gran referencia pública y sido clave en debates como la nueva Constitución, la ley de precios máximos, la ley de represión de actos de monopolio, la disolución de la Corporación de Transporte, entre otras.
Pero también sostiene posiciones aun en la adversidad o contraponiendo al propio presidente Perón, como en el debate sobre la ratificación de las “actas de Chapultepec”, con la que otorgan un supuesto estatus de igualdad a los estados de América Latina, sin modificar ni poner en cuestionamiento sus situaciones materiales y económicas y con una pérdida de soberanía. En los hechos, legítimo la política de EEUU en la región, con la doctrina Monroe, y el allanamiento para la creación de la OEA. En contraposición, Perón entendía que las actas ya eran un hecho y que formalizar una aprobación por parte de Argentina implicaba el fin del aislamiento diplomático para nuestro país.
Cooke argumenta y vota en contra. En otras ocasiones se inclinará por la organicidad y se lamenta tener que acompañar proyectos con los que no coincide, como la ratificación de la enseñanza religiosa en las escuelas.
Uno de los últimos debates parlamentarios en los que le toca intervenir es el de la expropiación del diario La Prensa, una iniciativa de Evita, que Cooke acompaña con un rol clave en el recinto, donde cierra la posición del oficialismo.
En ese discurso, John William Cooke discute contra quienes defienden a los dueños de La Prensa en nombre de la libertad de prensa. “Nosotros creemos en la libertad de prensa, de la prensa independiente y de la ideológica, de la equivocada y de la que está en la verdad; pero en lo que no creemos es en el derecho de estas empresas mercantiles y capitalistas para procurar que los resortes del Estado se pongan al servicio de sus intereses cada vez que hay cuestiones gremiales en juego (…) La concentración de la industria conduce fatalmente al monopolio. ¿Puede hablarse con seriedad de prensa libre? ¿O podemos directamente dar a estas empresas el nombre que verdaderamente tienen? Son empresas de lucro, de integración capitalista, y que lógicamente buscan lo que buscan todas las empresas capitalistas: repartir dividendos, favorecer a sus accionistas. No se puede confundir prensa libre con la empresa periodística que persigue un negocio”.
El debate estuvo precedido por un conflicto sindical con el gremio de Canillitas, que incluyó una larga huelga y una movilización con un obrero muerto. Perón, con su seudónimo “Descartés”, escribe en su columna del diario Democracia: “Hace poco, un conflicto gremial paralizó al diario La Prensa. Este órgano, por su origen, por los capitales que lo financian, por su prédica foránea y los testaferros que lo representan, es un foco de traición a la Patria”.
Luego de sancionada la ley de expropiación, se le otorga la gestión del diario nada más y nada menos que a la CGT. Toda una definición de la determinación y firmeza de la política peronista: un medio de comunicación que opera contra el gobierno y explota a los trabajadores, termina expropiado en manos de la conducción sindical.

La política por encima de la técnica
Cuando finaliza el mandato de Cooke como diputado, Evita, con quien forja una gran relación, le ofrece como salida dirigir el diario oficialista Democracia, pero él no acepta por no querer sostener una posición aduladora y se lanza a fundar la revista De Frente, para dar debates políticos y desde ahí construir un espacio que aporte al peronismo. Desde ese lugar, cuestiona el Congreso de la Productividad, que finalmente fracasa por las tensiones entre el sector empresario y el sindical, o iniciativas como la aprobación de los contratos de la Santander Oil de California, que le permitía a la empresa extranjera explotar pozos petroleros nacionales.
Estas posiciones las mantiene desde la férrea defensa del proyecto político, a tal punto que, durante los bombardeos de la Aviación Naval y la Fuerza Aérea a la población civil en Plaza de Mayo, en junio de 1955, Cooke combate con su pistola Máuser desde la plaza y, según cuentan crónicas de la época, descarga tres cargadores contra los marinos.
Por eso, a pesar de las divergencias públicas, Perón le ofrece la Secretaría de Asuntos Técnicos, que Cooke rechaza porque entiende que es momento de la política y no de la técnica. Perón insiste con otorgarle un espacio de responsabilidad y Cooke termina aceptando el lugar de interventor del Partido Peronista de la Capital, todo un desafío político al ser un sector débil y complejo para el peronismo. Pero el golpe ya está encima.
Cooke lamenta que el devenir de los acontecimientos haya alejado a la clase obrera con espíritu transformador, de la lucha por la defensa del gobierno peronista. En “Peronismo y Revolución” lo sintetiza así: “En septiembre de 1955 el gobierno popular cayó porque la clase trabajadora, que era la que sostenía al régimen y la que contaba con fuerzas para un salto hacia la intensificación de las tendencias revolucionarias, no participó en la lucha en que se resolvió su suerte y la del país entero durante un largo período histórico. El 17 de octubre fue un hecho de masas, el 16 y el 21 de septiembre de 1955, las masas se enteraron por la radio que habían perdido una guerra sin llegar a pelear en ella”.
Jefe de la resistencia
Derrocado Perón, y en una ofensiva contra el pueblo por parte de la dictadura popularmente conocida como “La Fusiladora”, vuelven los enfrentamientos entre sectores más conciliadores y quienes pretenden enfrentarla con determinación.
Perón dirá que “fue Cooke el único dirigente que sin pérdida de tiempo constituyó un Comando de Lucha”. Así, en la clandestinidad, comienza la resistencia peronista, una resistencia que combina elementos civiles espontáneos con otros organizados y que será dirigida por Cooke a partir de la correspondencia con Perón. El 2 de noviembre de 1956, desde Caracas Perón escribe:
“Por la presente autorizo al compañero doctor Don John William Cooke, actualmente preso por cumplir con su deber de peronista, para que asuma mi representación en todo acto o acción política. En este concepto su decisión será mi decisión y su palabra la mía.
En él reconozco al único jefe que tiene mi mandato para presidir a la totalidad de las fuerzas peronistas organizadas en el país y en el extranjero y sus decisiones tienen el mismo valor que las mías.
En caso de fallecimiento, delego en el doctor don John William Cooke el mando del movimiento”.
Es la primera y será la única vez en su vida, que Perón nombra un jefe, a quien también le otorga la responsabilidad de quedar a cargo del movimiento en caso de que él no esté. Años más tarde tendrá delegados o nombrará secretarios generales del movimiento nacional peronista, pero nunca un “único jefe”, como esta vez. Cooke es detenido, pasa por distintas prisiones, le realizan un simulacro de fusilamiento, toma conocimiento de las sublevaciones de los generales Raúl Tanco y Juan José Valle. En su correspondencia con Perón, coinciden en alentar la sublevación civil y en el protagonismo popular. “Es necesario que el pueblo se convenza que su liberación debe ser obra suya”, le escribe Perón para defender la resistencia como un proceso largo, en contraposición a intentos apresurados.
Luego de fugarse de la cárcel de Río Gallegos junto a otros dirigentes peronistas como Cámpora y Espejo, Cooke participa de un modo protagónico del acuerdo Perón – Frondizi de 1958, que otros sectores del peronismo boicotean promoviendo una política abstencionista. Perón y Cooke interpretan que Frondizi ganará de todas maneras y que es mejor un acuerdo que le genere cierto condicionamiento, sin renunciar a la lucha.
Acá también vemos una flexibilidad táctica en ambos que no les impide ser coherentes y consecuencias cuando, rápidamente, Frondizi abandona cualquier atisbo de política nacionalista. La lucha no se hace esperar y Cooke es nuevamente perseguido en el marco de la avanzada represiva conocida como “plan Conintes”.
Desde esos lugares encabeza la resistencia peronista y participa de levantamientos populares como el que sucede en enero de 1959 en el barrio de Mataderos, a partir de la toma del frigorífico Lisandro de la Torre, que protagoniza el obrero Sebastián Borro. Cooke dirá, “esta huelga es política en el sentido que obedece a móviles más amplios y trascendentes que un aumento de salarios o una fijación de jornada laboral. Aquí se lucha por el futuro de la clase trabajadora y por el futuro de la nación. Los obreros argentinos no desean ver a su patria sumida en la indignidad colonial, juguete de los designios de los imperialismos en lucha”.
No es casual que, en diciembre de 1958 un mes antes de aquel acontecimiento, Perón haya destacado en su correspondencia la relación de Cooke con el movimiento obrero: “Veo con placer que mantiene y estrecha relaciones con los dirigentes obreros… no olvide que lo único organizado que tenemos es, precisamente, ese sector del peronismo y que la verdadera fuerza del movimiento obrero está en el campo de los trabajadores porque son, en la actualidad, los únicos que pueden reaccionar en forma de obligar al gobierno a hacer lo que nos proponemos nosotros”.
Y en eso llegó Fidel…
Hacia fines de 1959, junto a su compañera Alicia Eguren, con quien compartirá su vida y su militancia hasta el final de sus días, se exilian en Cuba. Allí son parte de la defensa de la revolución ante el ataque yanqui de Bahía de Cochinos, en Playa Girón. Esta vez sí, es víctima de ironías por parte de los cubanos por su estado físico, pero conserva orgulloso una foto y un carnet por haber prestado servicio en el batallón 134 del sector norte.
Asume la Revolución cubana como propia. La entiende como un proceso análogo al movimiento peronista en Argentina, cada uno con la particularidad de su país, de los actores sociales y dinámicas que intervienen en uno y otro caso. La correspondencia con Perón, que por momentos se interrumpe, da cuenta de las tensiones que eso conlleva, a tal punto que en reiteradas ocasiones le propone abandonar Madrid y organizar el movimiento peronista desde Cuba, junto a Fidel, a quien también empieza a admirar.
No será el único que haga esta propuesta. El dirigente sindical Amado Olmos, diputado obrero durante el peronismo, protagonista del Congreso de La Falda (1957), de Huerta Grande (1962) y fundador de las 62 organizaciones peronistas -que en el 57 se niegan a acordar con la dictadura-, se suma a ese pedido en 1965, lo que demuestra que no es un planteo aislado de Cooke sino una expresión de una parte del movimiento peronista que protagonizaba la resistencia.
Frente al rechazo de Perón a la propuesta, el 3 de marzo del 62 Cooke le escribe reafirmándose como peronista, pero también confrontando, con preguntas que a la luz de los hechos dan cuenta de su lucidez. “Somos peronistas porque está Perón”, arranca. Y, con un aire melancólico, pregunta retóricamente: “Cuando Perón no esté, ¿qué significará ser peronista? Cada uno dará una respuesta propia y esas respuestas no nos unirán, sino que nos separarán. Tal vez nos encontremos en homenajes recordatorios, pero estaremos en barricadas diferentes”. Y, ya en el más alto nivel de antagonismo con su jefe, sin dejar de mostrar un profundo afecto y respeto, le reclama: “Usted eligió las direcciones que actúan en la Argentina. Pero como peronista que vive angustiosamente esta hora histórica dramática, le insisto en mi pedido: si eligió ciegos, sus razones habrá tenido que no puedo adivinar; pero, por favor, deles un bastón blanco a cada uno para que no se los lleve por delante el tráfico de la Historia, porque seremos todos los que quedaremos con los huesos rotos. Defina al movimiento como lo que es, como lo único que puede ser, un movimiento de liberación nacional, de extrema izquierda, en cuanto se propone sustituir el régimen capitalista por formas sociales, de acuerdo a las características propias de nuestro país”.
* * *
“El pasado está presente. Pero el pasado es raíz y no programa; el pasado es el reconocimiento de los pueblos consigo mismo que se hace muy agudo en las épocas revolucionarias, pero no es la vuelta al pasado, es la proyección del pasado hacia el porvenir, porque el presente envuelve el pasado y encierra también el porvenir; y cualquier política revolucionaria conjuga dialécticamente estas tres dimensiones del tiempo sin fijarse en ninguna de ellas, porque entonces caería en el utopismo o en el reaccionarismo y en la esterilidad histórica”.
Cooke no llega a ver el levantamiento popular conocido como el Cordobazo con el que, con la clase obrera a la cabeza, el pueblo derrota a la dictadura de Onganía. 35 años después de su muerte es elegido presidente Néstor Kirchner, que le planteará a la juventud “que florezcan mil flores”. Años más tarde será Cristina la que diga “que cada compañero, cada dirigente, cada militante, tiene su bastón de mariscal en la mochila. Sáquenlo. Y no le pidan permiso a nadie”. Axel convoca a componer “nuevas canciones”.
Lo que se cuenta en estas líneas forma parte de nuestras raíces, la patria. El programa y, sobre todo, el futuro, es lo que hay que construir.
Cooke definía al peronismo como “el hecho maldito del país burgués” y la revolución argentina como impensable sin él, entendiendo al movimiento obrero como protagonista central de la transformación.
Su militancia combinó reflexión, estudio y acción concreta: desde la Cámara de Diputados hasta la clandestinidad, siempre con un enfoque nacional, popular y revolucionario.
Para Cooke, “el pasado es raíz y no programa”: la historia es guía para la acción presente y futura, no un conjunto de recetas a repetir.