Iniciar un camino que revitalice los intereses nacionales para considerar a Argentina como un país bicontinental e industrial es la tarea que debe emprenderse en 2027. El país debe reestablecer su alianza estratégica con Brasil y la región y abandonar la pretensión de ingresar a la OTAN, que persigue Javier Milei.
Por Carlos Bianco, ministro de Gobierno y Juan Manuel Padín, subsecretario de Relaciones Internacionales
En el mundo cambiante, incierto y conflictivo que marca nuestro tiempo, las principales naciones del mundo luchan por ampliar su margen de maniobra. Este comportamiento está ausente en la Argentina del presidente Javier Milei. El motivo es simple: el Gobierno nacional ha tomado la decisión de someterse a una potencia extranjera para garantizarse un sostén financiero de corto plazo, y ha ofrecido la soberanía nacional a cambio.
La soberanía no es una idea abstracta. Implica resguardar lo que le pertenece a nuestro pueblo y gozar de la libertad necesaria para elegir los destinos de nuestra patria. O sea, cómo queremos desarrollarnos, qué prioridades y principios buscamos defender ante la comunidad internacional, con quién vamos a cooperar y en qué términos, y bajo qué reglas queremos forjar nuestra convivencia.
En estos últimos meses advertimos las múltiples formas en que Milei se subordina a los dictados de Estados Unidos, al tiempo que no adopta ninguna de las medidas que definen a la actual administración de Donald Trump. “Haz lo que yo te ordeno, no lo que yo hago” parece ser la fórmula.
Mientras en Washington se fortalecen la intervención en sectores estratégicos, la regulación económica en función de la seguridad nacional y la política industrial, en la Argentina se aplica un ajuste cruel que destruye el tejido social, arrasa con las capacidades estatales y debilita a la producción a través de un proceso de apertura comercial indiscriminada, en manifiesta contraposición con las tendencias globales de asegurar la provisión de bienes y tecnologías críticas.
Sin embargo, el Presidente afirma (sin un ápice de originalidad), que quiere “hacer a la Argentina grande otra vez”. Pero el país al que nos lleva su gobierno es pequeño y débil: sin autonomía, sin industria nacional, sin obras de infraestructura, sin complejo científico-tecnológico, sin capacidades nucleares ni satelitales, sin integración con América del Sur y sin relevancia en los organismos internacionales. Frente a la competencia creciente a escala planetaria por recursos críticos, tecnologías clave y espacios de influencia, carecer de estos recursos implica delegar de facto la conducción estratégica de la República Argentina y renunciar a todo proyecto de desarrollo.
La agenda externa de un país soberano y moderno nunca puede tener como premisa el seguimiento incondicional de una potencia extranjera. El anacronismo y la entrega de la política exterior libertaria atrasa —al menos— un siglo.
Si en tiempos de la Década Infame, Julio Argentino Roca (h) proclamó que la Argentina era, «desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico», hoy son los funcionarios libertarios quienes se aprestan a rebajar al país a nivel de estado asociado a los Estados Unidos, soñando con ser una estrella más en su bandera.
En este camino de subordinación, el Gobierno nacional ha prácticamente retirado a la Argentina de todo foro multilateral, regional o sub-regional que no cuente con la bendición de Washington, entre ellos, el G20, la CELAC, la Organización Mundial de la Salud, el Consejo de Derechos Humanos y las Cumbres sobre cambio climático. Los recientes anuncios en torno a un acuerdo comercial desigual y asimétrico con Estados Unidos parecerían empujar al Mercosur al mismo cuadrante de irrelevancia para la diplomacia libertaria.
Pero ni la Argentina ni ninguna nación que busque promover sus intereses diplomáticos; mejorar sus relaciones económico-comerciales; internacionalizar sus empresas; escalar su producción; construir corredores viales o integrar cadenas de valor, puede dar brutalmente la espalda a sus vecinos como hace el Gobierno de Milei.

La colonización pedagógica ha sido tan efectiva que ni el Presidente ni su ministro de Economía, Luis Caputo, piensan a Argentina como un país sudamericano, bicontinental e industrial, sino como una entelequia sin territorio, ni fronteras, ni provincias, ni fábricas, ni universidades, ni sistema científico-tecnológico, cuyo destino está atado al arbitrio del Secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent.
Ante ello, desde el 10 de diciembre de 2027 tendremos que iniciar un verdadero proceso de reconstrucción nacional. En el frente externo, nuestro país deberá reimpulsar la integración regional con América del Sur y reestablecer la Alianza Estratégica con Brasil en todos los planos: producción, comercio, infraestructura, energía, defensa y salud.
El 10 de diciembre de 2027 tendremos que iniciar un verdadero proceso de reconstrucción nacional. En el frente externo, nuestro país deberá reimpulsar la integración regional con América del Sur y reestablecer la Alianza Estratégica con Brasil en todos los planos: producción, comercio, infraestructura, energía, defensa y salud
Vamos a deponer la insólita solicitud de ingreso a la OTAN en carácter de “Socio Global”, y a promover asociaciones con países y bloques estratégicos para nuestros intereses político-diplomáticos, económico-comerciales y de financiamiento.
Vamos a deponer la insólita solicitud de ingreso a la OTAN en carácter de “Socio Global”, y a promover asociaciones con países y bloques estratégicos para nuestros intereses político-diplomáticos, económico-comerciales y de financiamiento
Es imperativo, asimismo, relanzar las acciones bilaterales y multilaterales relativas a la Cuestión Malvinas. El Reino Unido ha tenido en Milei a un facilitador de sus intereses. Un verdadero espectador de lujo de la creciente militarización del Atlántico Sur, comprobado en la ausencia de objeciones a los ejercicios militares en las Islas, las nulas gestiones con países vecinos para evitar el reposte de aviones y buques británicos, y la posibilidad cierta de que Londres produzca petróleo por primera vez en la zona en disputa. La Argentina tiene la obligación no solo de retomar la presión diplomática en estos asuntos con vistas a reanudar las negociaciones con el Reino Unido, sino en emplazar nuevas iniciativas destinadas a incrementar el costo político y económico de la usurpación de nuestro territorio. En todos estos aspectos, la política exterior debe volver a ser el instrumento que articula intereses nacionales y condiciones internacionales en función de un proyecto de desarrollo propio.
Nuestro país debe recuperar su rol en el escenario global. Y existen numerosas ventanas de oportunidad en el nuevo escenario internacional que llaman al optimismo. Pero esta tarea se tiene que encarar con planificación, instituciones fuertes, participación popular y una conducción política capaz de sostener el rumbo en el tiempo en función del interés nacional, como sucedió en cada uno de los periodos virtuosos que supo conocer Argentina.
Reconstruir la soberanía es reconstruir la capacidad de decidir. Esa es la responsabilidad que nos espera a todos los militantes del campo popular.