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Editorial: Futuro para armar

Editorial por José Cruz Campagnoli

La humanidad transita “un tiempo transicional” donde las creencias que organizaban a la sociedad se han diluido y aún no han surgido nuevas ideas motrices que puedan darle una razón de ser prolongada a nuestras vidas.

Es el momento del vaciamiento de sentido del destino, en el que las sociedades entran a una zona que separa un tiempo histórico cansado, que deambula como un zombi, de un nuevo tiempo histórico que aún no llega, que tampoco se anuncia, que no se sabe cómo será, pero que todos esperan que en algún momento llegue. Así describe García Linera el momento actual.

Es ese instante histórico, donde lo viejo no muere y lo nuevo no nace, en ese interregno, surgen los monstruos.

Vivimos un tiempo mundial de transición hegemónica: un orden unipolar en declive, con una superpotencia que observa la tendencia inexorable de su decadencia, que procura frenar, afirmando su autoridad mediante la violencia. Ese impulso de muerte se expresa a escala planetaria: en Medio Oriente, con el genocidio perpetrado en Gaza; en múltiples escenarios donde la ley del más fuerte reemplaza al derecho internacional; y en la persecución creciente a inmigrantes y minorías.

En este marco, el gobierno norteamericano reimpulsa el Corolario Roosvelt de la Doctrina Monroe sobre su “patio trasero”, presionando a Colombia, amenazando militarmente a Venezuela, interviniendo —con éxito— en procesos electorales como los de Argentina y Honduras, y hostigando al gobierno mexicano. Todo ello constituye una muestra de la descarnada beligerancia de Estados Unidos y de la hiperagresividad amplificada bajo el liderazgo de Trump.

El desenlace que tenga la ofensiva militar sobre el país caribeño pondrá de manifiesto hasta dónde está dispuesto a avanzar Trump en su plan guerrerista, así como los límites que puede encontrar a su embestida. La gravedad de la situación debería poner en alerta al conjunto de las fuerzas democráticas de nuestra región.

Desde ese prisma y con esas coordenadas, debemos pensar cómo establecemos la lucha política en nuestro país. Sabiendo que este tiempo histórico también es prolífico para la producción de sentido contestatario, irreverente, que subvierta los sentidos comunes imperantes.

El sopor, el clima de escepticismo y la falta de claridad sobre el futuro no tienen que hacernos perder de vista que estamos en un escenario abierto, en disputa.

Un mundo en transición hegemónica es un mundo peligroso pero lleno de oportunidades y desafíos para nuestro país y toda América Latina.

No estamos transitando los años 90, donde el neoliberalismo se afirmó de manera categórica, tampoco navegando la ola progresista de principios del siglo XXI, estamos en un punto de inflexión, en un intervalo. Ni las fuerzas que representan los intereses de las clases dominantes tienen un proyecto atractivo que ofrecer al conjunto de la sociedad, ni las fuerzas del campo popular tenemos aún un imaginario que anime a sectores sociales que se encuentran exhaustos. 

En ese contexto, asistimos a una huelga de ideas en nuestro campo, a la ausencia de debates estratégicos sobre cómo imaginar un proyecto de país que resuelva las condiciones materiales de existencia de la población y además le otorgue un propósito vital a la sociedad.

Esas ideas no serán productos de laboratorio, ni “copy paste” de think tanks extranjeros.

Hablamos de ideas que surjan de la lucha política, del barro de la historia, del barrio y de la academia, del sindicato y de la fábrica, de grupos de intelectuales y de los pibes que estudian para construirse el futuro mientras pedalean para ganarse el mango.

Ideas sin proyecto político es papel mojado, proyecto político sin ideas transformadoras, un barrilete sin destino.

En este tiempo, Argentina se ha convertido en un laboratorio de los planes de la derecha “para recapturar” un territorio que nunca pudo dominar por completo. 

El experimento “anarco-capitalista” que acecha nuestro país no tiene nada de novedoso en sus fundamentos: se apoya en viejas recetas neoliberales que ya conocemos, aunque ahora radicalizadas y presentadas bajo un ropaje supuestamente disruptivo. Su principal fortaleza es el apoyo de la administración Trump y de la mayoría de la clase dirigente local, y su principal combustible son los nutrientes que le proveen el fracaso del peronismo y del campo popular en su última experiencia de gobierno, junto con la dificultad actual para vertebrar una alternativa de futuro. 

Construir esa alternativa requiere superar la impotencia de la experiencia fallida, fomentar el surgimiento de nuevos liderazgos, enraizamiento en la sociedad, desalojar la idea de que la construcción de mayorías es viable sólo con moderación y contar con propuestas audaces para recrear al movimiento popular.

El capitalismo en su fase actual de dominación se ha vuelto extremadamente beligerante. 

La alternativa política del campo nacional y popular, a construir, requiere estar a la altura de tamaño desafío.

Estamos en un momento bisagra: el triunfo de Milei es también un síntoma del agotamiento de la energía transformadora que produjo la experiencia kirchnerista.

Aquel proceso, que fue el punto más elevado de conciencia popular y conquista de derechos en el siglo XXI, ha dejado huellas, relevo y resistencias.

Aquel pasado está presente y debe ser raíz, como decía John W. Cooke, pero no puede ser programa.

La resistencia de nuestro pueblo es el principal punto de apoyo para construir una alternativa transformadora, pero se encuentra con límites, en la medida en que no encuentre un horizonte de poder que renueve la esperanza y la voluntad de resistir.

Necesitamos un liderazgo para la nueva etapa, alguien que, como Axel, sea capaz de tender un puente entre lo mejor que hicimos en el periodo previo y el futuro que seamos capaces de construir. 

Pero un dirigente solo no puede por más capacidad que tenga, tampoco alcanza con una fuerza electoral; se necesita fuerza social y fuerza política organizada, ideas audaces y creativas que recreen un imaginario que resulte atractivo y movilizante para la sociedad.

Así como la disposición a enfrentar las acechanzas de un mundo plagado de amenazas. Ganar una elección no es sencillo, gobernar enfrentando intereses complejos mucho menos.

De Frente al Futuro intenta aportar a ese debate de ideas desde la simpleza y la humildad, con viejas y —ojalá— nuevas canciones. Y también quiere ser algo más; un canal de comunicación y un vehículo colectivo para que cientos y miles de militantes, trabajadores y trabajadoras, estudiantes, académicos, dirigentes y dirigentas barriales, sindicales y profesionales puedan decir, opinar y aportar. 

Esta Revista nace con esa convicción: la de crear juntos, pensar juntos y abrir un espacio donde nuestra palabra circule y encuentre fuerza común.

No pretende ser una usina sino simplemente un cauce que permita compilar parte de la prolífica potencia creativa de nuestro pueblo. 

Las ideas flotan en la atmósfera, tenemos que ser capaces de articularlas, organizarlas, difundirlas y ponerlas en diálogo con la construcción política.

Porque el futuro lo construimos entre todos y todas, y porque —como recordaba Simón Rodríguez— “o inventamos o erramos”.