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Entrevista a Jorge Elbaum

Sociólogo, periodista, investigador y profesor universitario

“La inteligencia artificial no es ni inteligencia ni artificial: los algoritmos son creados por personas con intereses específicos”

En muchos de tus textos señalás que las tecnologías digitales —desde la inteligencia artificial hasta las infraestructuras de datos— se han convertido en herramientas de control geopolítico. ¿De qué manera la tecnología se ha transformado en un nuevo instrumento de dominación global por parte de Estados Unidos y las potencias centrales? ¿Podemos hablar de una continuidad histórica del poder imperial en clave tecnológica?

Muy buena pregunta. Hay que entender dos aspectos de estas tecnologías. Primero, conceptualmente: la tecnología nunca es neutral. No es que la humanidad crea tecnologías y estas son ajenas a nosotros. Puede ser tecnología médica, del libro, de la rueda, de algoritmos o redes sociales, no importa. Ninguna tecnología es ajena a su momento histórico ni a las tensiones en las que se inserta.

Históricamente, muchas de estas tecnologías, como la web, se desarrollaron inicialmente como herramientas bélicas. Por ejemplo, Internet fue creada como un mecanismo de dispersión para que, en caso de una guerra nuclear, la comunicación pudiera sobrevivir. Esto tiene ya unas cuatro décadas de masividad. Incluso en Argentina, en los años 60, estábamos muy avanzados tecnológicamente: la primera computadora que se hizo en la Facultad de Ciencias Exactas se llamaba Clementina, y la descontinuación de estos desarrollos tras la Noche de los Bastones Largos, que destruyó un entramado científico-tecnológico que hubiese puesto al país a la vanguardia mundial.

Las redes sociales, por su multiplicidad, generan un desbalance en la capacidad crítica de los usuarios para procesar información. Si las personas pudieran diferenciar con fidelidad verdad y mentira, las redes sociales no tendrían el impacto negativo que hoy generan. Pero funcionan igual que los medios masivos: amplifican lo que conviene a los poderosos e invisibilizan, ridiculizan o tergiversan lo que no les es funcional. En términos geopolíticos, son herramientas de guerra.

Cuando la guerra militar directa no es posible —porque países como Corea, China, Rusia o Pakistán tienen armas nucleares— se recurre a la guerra híbrida, que incluye el manejo de contenidos y la orientación de la opinión pública. Se diseñan estrategias para influir cultural y políticamente, desde elecciones hasta concepciones del mundo, utilizando la información sistemáticamente para reorientar comportamientos.

Se habla con frecuencia de “soberanía tecnológica”, pero a veces esta definición se queda en un plano técnico. ¿Cómo entendés la relación entre soberanía tecnológica, soberanía política y soberanía económica?

La soberanía es una sola, pero tiene múltiples dimensiones: militar, territorial, energética y digital. Hoy, gran parte de las mentes y concepciones del mundo se configuran a través de soportes tecnológicos, por lo que aparece la necesidad de la soberanía cognitiva. China, por ejemplo, no tiene Google ni WhatsApp, sino WeChat, que combina funcionalidades y está controlada por el Estado, al igual que la energía y otros recursos estratégicos.

No se trata de control absoluto como en el modelo soviético, sino de controlar los recursos estratégicos y orientar colectivamente planes quinquenales. Esto asegura que la información y las concepciones del mundo se alineen con el bien público. En términos tecnológicos, hay que decidir colectivamente qué mensajes deben circular y cuáles no. Este es un desafío civilizatorio, porque no podemos aceptar que la Deep Web albergue violaciones, racismo o glorificación de la esclavitud. La sociedad construye normas y reglas, y debemos definir colectivamente cuáles aplicar a la tecnología y a la información digital.

La inteligencia artificial no es ni inteligencia ni artificial: los algoritmos son creados por personas con intereses específicos, que deciden qué información mostrar y cuál silenciar. Las redes sociales y la IA forman parte de la lucha de clases, como ha sido toda la historia de la comunicación.

La IA se ha vuelto un campo de competencia central entre Estados Unidos y China, con Europa intentando no quedar relegada. ¿Qué representa esta disputa en términos de poder mundial?

La disputa no es solo tecnológica, sino estratégica. La IA requiere chips potentes, pero China tiene las tierras raras y minerales críticos para su producción, mientras que los procesadores más avanzados los desarrollan empresas de Taiwán y Estados Unidos. China todavía está en proceso de alcanzar la vanguardia, utilizando estrategias ingeniosas para compensar la falta de chips superpotentes.

La IA permite fabricar robots y producir casi cualquier cosa, desde impresoras 3D hasta tratamientos médicos, con rapidez imposible para el cálculo humano. El desafío es orientar estas tecnologías en beneficio de la humanidad y no de un reducido grupo que acumula ganancias, aprovechando sus capacidades para reducir la jornada laboral, mejorar la educación y la salud, en lugar de concentrar riqueza y generar desigualdad.

Milei propone acordar con corporaciones norteamericanas para desarrollar centros de datos en la Patagonia y convertir al país en una potencia en IA. ¿Qué evaluación te merece esta propuesta?

Es una completa fantasía. Los centros de datos son servidores hiperrefrigerados que consumen cantidades enormes de agua y electricidad; por ejemplo, se necesitaría más agua de la que tenemos disponible. Además, la verdadera inteligencia artificial y los algoritmos no estarán aquí, sino en Silicon Valley. Tener los servidores locales solo beneficiaría a las corporaciones extranjeras, mientras que el país asumiría los costos ambientales y energéticos. Lo mismo ocurre con el litio: China domina el procesamiento y la cadena de valor; nosotros no podríamos competir. Todo esto demuestra que el extractivismo subordinado no nos permite aprovechar nuestras ventajas materiales.

¿Qué papel pueden jugar la articulación regional y los BRICS para cambiar esta dinámica?

Brasil negocia con China buscando acuerdos de beneficio mutuo, a diferencia de Estados Unidos, que impone sus condiciones. China prioriza el largo plazo y el equilibrio, no la dominación unilateral. Esto permite que proyectos como puertos y rutas logísticas beneficien a ambos países y promuevan cooperación regional.

En Argentina, en cambio, se ha optado por romper con los BRICS y alinearse con Estados Unidos, lo que resulta en pérdida de oportunidades económicas y estratégicas. La clave está en la negociación inteligente y el equilibrio, no en la subordinación al poder imperial.

La inteligencia artificial, las redes sociales y los algoritmos forman parte de la lucha de clases; no son neutrales y reflejan intereses estratégicos de poder.

La soberanía tecnológica y cognitiva es clave: lo colectivo debe orientar la información y los recursos estratégicos para el bien público.