Roberto “Beto” Pianelli, secretario general de la Asociación Gremial de Trabajadores del Subterráneo y Premetro (AGTSyP), analizó la ofensiva del gobierno de Javier Milei sobre los derechos laborales, la precarización del trabajo y el desafío de modernizar el empleo a partir de la reducción de la jornada laboral y la inclusión de los trabajadores de plataformas digitales.
La verdadera modernización laboral es trabajar menos y vivir mejor.
-El gobierno de Javier Milei impulsa una reforma laboral que busca eliminar derechos básicos como las indemnizaciones, las vacaciones pagas y la ultractividad de los convenios. ¿Cómo interpreta este proyecto en el contexto actual? ¿Es una nueva versión del viejo intento neoliberal de disciplinar al trabajo organizado, o representa algo cualitativamente distinto en su lógica favorable a las corporaciones?
-Creo que este proyecto es la reaparición de un viejo objetivo de la clase dominante argentina: debilitar a la clase trabajadora y, en particular, a su organización sindical. No es algo novedoso. Es una línea histórica que se remonta, al menos, a la dictadura militar de 1955, cuando se intentó imponer un modelo de relaciones laborales sin límites para el capital y con trabajadores desprotegidos. Cada vez que hubo gobiernos reaccionarios o dictaduras, se buscó avanzar sobre los derechos laborales: lo hicieron los militares, lo hicieron en los ‘90, lo intentó hacer Mauricio Macri y ahora lo pretende instalar Milei. En algunos casos lograron avances parciales, en otros retrocesos profundos, y muchas de esas conquistas perdidas nunca se recuperaron. La propia Ley de Contrato de Trabajo, cercenada por la última dictadura, jamás volvió a recuperar el espíritu original que esa norma tuvo desde un principio.
Más que una reforma, es una contrarreforma regresiva. El objetivo es claro: eliminar las restricciones legales que limitan el poder empresario en la relación capital-trabajo. Lo que buscan, en definitiva, es un escenario donde puedan hacer lo que quieran, sin indemnizaciones, sin estabilidad, sin convenios colectivos fuertes y sin sindicatos capaces de defender derechos.
-El discurso oficial intenta enfrentar a los trabajadores formales, sindicalizados y con derechos, con los informales o precarizados, planteando que unos son “privilegiados” a costa de otros. ¿Cómo analizás esta maniobra? ¿De qué manera Milei utiliza la situación de los trabajadores informales y de las plataformas digitales para justificar una reforma que, en realidad, institucionaliza la precariedad laboral?
Sí. El discurso oficial busca enfrentar a los pobres con los “un poquito menos pobres”. Ya no se trata de pobres contra pobres, sino de quienes tienen apenas algún derecho conquistado frente a quienes directamente no lo tienen. Por ejemplo: si alguien puede atenderse en un hospital público, el gobierno plantea que el problema es “ese que entra al hospital”, y no el sistema que excluye al otro. Esa lógica es la que trasladan al mundo laboral.
Después de años de precarización, de contratos basura, de empleos a plazo fijo —muchos incluso por fuera de la legalidad— y con la irrupción de las plataformas digitales que disfrazan al trabajador con términos como “colaborador” o “autónomo”, lo que intentan instalar es que “no hay trabajo porque fulano tiene vacaciones” o porque “fulano cobra demasiado”. Esto no es nuevo, pero la desigualdad que se generó en los últimos años hace que esa división cale más profundo. Y también hay que reconocer que el movimiento sindical, en general, no tuvo una política adecuada hacia los sectores informales o precarizados. Durante mucho tiempo se desentendió de esos trabajadores que eran expulsados de los espacios productivos tradicionales, y eso facilitó que surgieran organizaciones por fuera de las estructuras sindicales clásicas.
Existen experiencias en otros países donde los sindicatos incorporaron a los despedidos y los representaron activamente. Acá, en cambio, eso no sucedió: sacando una experiencia más bien marginal como la incorporación de organizaciones de desocupados a la CTA, los desocupados tuvieron que organizarse de forma independiente. Entonces, por un lado, la dirigencia sindical no asumió la representación de esos trabajadores y, por otro, tampoco impulsó medidas como la reducción de la jornada laboral para repartir el trabajo entre quienes están ocupados y los que están desocupados. Creo que desde el movimiento sindical no hubo políticas para profundizar derechos. Porque frente a la cantidad de desocupados, no hubo una política del movimiento sindical que diga: “Bueno, queremos distribuir las horas de trabajo para que esos compañeros puedan entrar a trabajar”. Entonces, no solamente no tomaron la representación, sino que se desentendieron de las graves consecuencias que iba generando el desarrollo tecnológico y las políticas de las patronales, que pasaban por acumular grandes ganancias, con menos trabajadores y más horas de trabajo. Creo que esos son dos puntos centrales y representan una deuda del movimiento sindical. Por otra parte, las organizaciones sociales, surgidas al calor de este nuevo fenómeno del trabajador desocupado, tampoco tuvieron inicialmente una política adecuada para buscar la confluencia. Ni desde lo orgánico —algo que recién en el último tiempo empezó a plantearse— ni desde lo político, en términos de qué propuestas llevar al movimiento sindical, como la reducción de la jornada laboral o el acompañamiento en las luchas salariales. En ese sentido, hay un déficit estructural. Porque, si bien la clase trabajadora argentina ha tenido históricamente una gran capacidad de organización, incluso entre quienes no están sindicalizados, esta falta de articulación es una de las debilidades que se fueron profundizando en los últimos años.
-Las nuevas tecnologías, las plataformas y la automatización están transformando las relaciones laborales en todo el mundo. ¿Qué tipo de regulación sería necesaria para que la tecnología mejore la calidad de vida y no se convierta en un nuevo instrumento de explotación? En Europa, la Ley Rider reconoció a los repartidores de plataformas digitales como trabajadores con derechos. ¿Qué enseñanzas deja esa experiencia para Argentina? ¿Cómo se podría avanzar hacia una inclusión de los trabajadores de plataformas y de la economía informal desde una perspectiva de derechos, y no de desprotección legal?
Está claro que las nuevas tecnologías, las plataformas y la automatización están transformando las relaciones laborales, pero no para mejorar la vida de las personas, sino para profundizar la precarización. Y esto pasa en todo el mundo. La innovación tecnológica no tiene como objetivo elevar la calidad de vida de la sociedad, sino a aumentar la tasa de ganancia de las empresas, que automatizan procesos o tercerizan tareas a través de plataformas. Ese modelo genera una forma de fraude laboral: se encubre una relación de dependencia bajo figuras como “colaborador” o “autónomo” para evitar reconocer derechos.
En este sentido, la ley Rider es un paso importante, porque por primera vez empieza a ubicar estas actividades en el lugar que corresponde dentro de la estructura laboral, reconociendo que son trabajadores y que tienen derechos. En consecuencia, las empresas deben informar a los trabajadores y a los sindicatos cómo funcionan los algoritmos que organizan y controlan el trabajo, y tienen la obligación de registrar a sus repartidores como empleados, con derechos laborales completos como salario, vacaciones, seguro, aportes. Muchos de esos trabajadores incluso tienen multiempleo y recurren a estas plataformas como complemento, por necesidad.
La segunda cuestión clave es la distribución del tiempo de trabajo. En Europa ya se debate con fuerza la reducción de la jornada laboral sin reducción salarial. Se impulsan las 32 horas semanales o cuatro días de trabajo. Las pruebas piloto en distintos países muestran que no solo no disminuye la productividad, sino que mejora. Hay más empresas sumándose a este modelo y Estados que ya lo están implementando. Menos horas de trabajo implican menos accidentes, más eficiencia y mejor calidad de vida.
Destacado: “En Europa ya se debate con fuerza la reducción de la jornada laboral sin reducción salarial. Se impulsan las 32 horas semanales o cuatro días de trabajo. Menos horas de trabajo implican menos accidentes, más eficiencia y mejor calidad de vida”
Es decir, si un trabajador está menos sobrecargado, rinde mejor. Por eso, hay dos definiciones centrales: primero, regular estas nuevas formas de trabajo, porque lo que se intercambia es fuerza de trabajo por salario, y eso configura una relación laboral, como lo marca la ley Rider. A partir de reconocerlo, se desprenden los derechos. Segundo, las tecnologías y la automatización deben estar al servicio de mejorar la vida de la sociedad en su conjunto, no para concentrar aún más la riqueza en manos de unos pocos. Sin embargo, lo que viene ocurriendo desde hace años es lo contrario: estamos viendo niveles de acumulación inéditos en sectores muy reducidos, que se apropian de lo producido por millones de trabajadores, ya sea evadiendo aportes, negando derechos o aprovechándose de los avances tecnológicos sin distribuir sus beneficios. Esa es una de las principales causas de la desigualdad que atravesamos hoy.
Destacado: “Las tecnologías y la automatización deben estar al servicio de mejorar la vida de la sociedad en su conjunto, no para concentrar aún más la riqueza en manos de unos pocos”

-¿Por qué la reducción de la jornada laboral, sin pérdida de salario, puede ser la verdadera forma de modernizar el trabajo en Argentina? ¿Qué experiencias internacionales, como las de Europa o América Latina, pueden servir de referencia?
-Bueno, claramente es así, modernizar el mercado laboral es discutir esto. Es decir, si antes para producir 20 latas se necesitaban dos horas y hoy se hace en un minuto, no podemos pretender que una persona trabaje solo ese minuto y cobre lo mismo que antes por dos horas de trabajo.
Hoy vemos que la producción de mercancías en el mundo crece y que es cada vez más fácil fabricar bienes y brindar servicios. La calidad de lo que se produce mejoró notablemente, pero lo que no mejoró fue el salario ni el tiempo que las personas tienen para disfrutar de ese salario y de su vida.
Modernizar el mercado laboral debería significar justamente eso: que todos puedan tener más vacaciones, más tiempo libre, poder dedicarse al arte, al deporte, a la cultura o simplemente a lo que necesiten. El tiempo de trabajo debería ser el necesario para producir, no más, y la riqueza generada debería distribuirse, no concentrarse en manos de unos pocos que acumulan millones de dólares. Esa es la verdadera modernización, lo contrario de lo que se plantea hoy en Argentina.
Destacado: “Modernizar el mercado laboral debería significar que todos puedan tener más vacaciones, más tiempo libre, poder dedicarse al arte, al deporte, a la cultura”
En el mundo, tímidamente, pero con pasos concretos, ya se avanza hacia la reducción de la jornada laboral. Como te decía, en Europa, por ejemplo, muchos países pasaron de 40 a 36 horas semanales y ahora empiezan a discutir las 32 horas, es decir, una semana de trabajo de cuatro días. ¿Qué implica eso? Que las personas puedan tener tres días de descanso para viajar, disfrutar, estar en su casa o simplemente vivir mejor.
Quedó demostrado que reducir el tiempo de trabajo mejora la calidad de vida, disminuye los accidentes laborales, aumenta la productividad, mejora la puntualidad y el presentismo. Hay experiencias concretas en distintos países —especialmente en sectores como el software y otros servicios— que ya aplican la semana laboral de cuatro días. Incluso en la Argentina, aunque son muy pocas, empiezan a aparecer empresas que están avanzando en esa dirección.
-Frente a esta ofensiva, el rol del movimiento sindical parece decisivo. ¿Qué papel debería cumplir la CGT y el conjunto del movimiento obrero en esta coyuntura? ¿Cómo se puede combinar la defensa de los derechos conquistados con una agenda propositiva que incorpore a los nuevos trabajadores precarizados y tecnológicos bajo un mismo horizonte de justicia social?
-Frente a esta ofensiva, el rol del movimiento sindical debe ser determinante. Desgraciadamente, todavía no ha logrado construir una política para enfrentar estos temas. Siempre digo que el movimiento sindical tiene una contradicción estructural: es conservador, y eso es bueno cuando se trata de resistir la ofensiva patronal, porque conserva derechos y estructuras. Pero cuando aparecen fenómenos nuevos, suele reaccionar con mucha lentitud.
Hoy es clave, incluso para la supervivencia del propio movimiento sindical, desarrollar una estrategia que defienda los derechos conquistados y combata la precarización. Creo que, especialmente, debe enfocarse en garantizar derechos a los trabajadores precarizados y a quienes están vinculados a los nuevos modelos tecnológicos.
Y esa estrategia tiene que estar asociada a un nuevo imaginario de vida. No el que promueve el neoliberalismo —como en los ’90, cuando se exaltaba la figura del trabajador que “vive al palo” corriendo de un lado a otro— sino uno que ponga en el centro la posibilidad de desarrollar la creatividad, disfrutar de la cultura, el arte, el deporte, el amor, el conocimiento.
Se trata de construir una idea de sociedad más justa, donde todas las personas tengan derechos, tiempo de ocio y una remuneración que les permita vivir dignamente.