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El genocidio en Gaza visto por un judío

El sionismo y el Estado de Israel fueron determinantes para que la identidad judía virara hacia la derecha en el Siglo XXI. La violencia israelí en Gaza y Cisjordanía no cesa y la única solución para el conflicto de Medio Oriente es la vigencia plena de los derechos humanos y políticos para el pueblo palestino.   

Por Alberto Daniel Teszkiewicz

Los judíos somos muy pocos en el mundo. Menos de 16 millones sobre una población mundial de casi 8300 millones. Menos del 0.2%. Recién en el 2024 volvimos al número previo al genocidio nazi. Los sijs, una religión minoritaria de la India, son 30 millones. En el Reino Unido, Canadá y Australia hay muchos más sijs que judíos.

Cerca de la mitad de los judíos viven en Israel, y cerca del 40% en EEUU. En Argentina, el sexto país del mundo en población judía, somos aproximadamente 180 mil, sobre cerca de 46 millones, menos del 0.4%. En Israel viven cerca de 80 mil judíos de ascendencia argentina, de manera que es difícil que una familia judía argentina no tenga un familiar en Israel.

A pesar de ser tan pocos, los judíos argentinos se hacen ver, en la cultura y el espectáculo, en el sindicalismo, en el movimiento cooperativo, en la política, en todos los ámbitos de la vida nacional.

Durante los siglos XIX y XX las masas judías europeas eran esencialmente pobres y discriminadas. Naturalmente se orientaban hacia las organizaciones socialistas y anarquistas, y sus intelectuales al pensamiento crítico y emancipador. A partir de la Segunda Guerra Mundial, tanto por la elevación económica y social como debido a las consecuencias de El Holocausto, los judíos dejaron de ser “pueblo paria” y pasaran a ser reconocidos como víctimas paradigmáticas en las democracias liberales. 

A partir de la creación de Israel, la cultura judía se desplazó hacia un rol más integrado en el poder político y económico, especialmente en Estados Unidos y en la nación hebrea. En EEUU, muchos intelectuales judíos se alinearon con el liberalismo o incluso con el neoconservadurismo. En Israel, la “cuestión judía” se transformó en una cuestión nacional y estatal, con un fuerte componente identitario y militar. Como señala Enzo Traverso, no es casual que el siglo XX se abriera con León Trotsky y se cerrara con Henry Kissinger.

El sionismo jugó un papel esencial en este giro a la derecha. Nació hacia fines del siglo XIX, inspirado en el sionismo evangélico que lo precedió y todavía lo acompaña. Pretendió ser una solución al problema judío de Europa Oriental, la discriminación, muchas veces muy violenta, y la miseria en que vivían las masas judías en esa zona, que al mismo tiempo evitara la emigración masiva de los judíos que se encontraban allí hacia Europa Occidental y los EEUU. Surgió de sectores judíos burgueses que compartían las ideas colonialistas de los países en que vivían. 

Podemos pensar al sionismo como un movimiento político judío de colonialismo de asentamiento que, como todos los movimientos colonialistas, ignora totalmente los derechos de la población originaria, y por lo tanto genera a su vez la cuestión de Palestina. Fue minoritario entre los judíos hasta el surgimiento del antisemitismo germánico, que no es como dice el mito una continuación de la judeofobia medieval, que, aunque con limitaciones, se resolvía con la conversión religiosa, sino una forma de racismo específica del capitalismo de comienzos del siglo. 

Por supuesto, sionismo no es lo mismo que judaísmo, ya que se trata de un movimiento político judío, que originalmente fue minoritario entre los judíos y hoy es hegemónico, pero no los incluye a todos. De la misma forma, antisionismo no es antisemitismo ni judeofobía, y muchos judíos se autodefinen como no sionistas y antisionistas, en forma individual y también en numerosas organizaciones en todo el mundo.

Como movimiento colonialista, aunque intentó acordar con el Imperio Otomano la ocupación de Palestina, rápidamente pasó a apoyarse en la potencia dominante de la época, Gran Bretaña, y cuando ésta declinó, en su sucesora, los EEUU. 

La declaración Balfour, del 2 de noviembre de 1917, que afirma “El Gobierno de Su Majestad ve con buenos ojos el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y hará todo lo posible para facilitar el logro de este objetivo, quedando claramente entendido que nada se hará que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, ni los derechos y el estatus político de los judíos en cualquier otro país”, legitima los objetivos sionistas y constituye una primera eliminación simbólica del pueblo de Palestina, que apenas es mencionado como “comunidades no judías” aunque constituía el 90% de la población.

En 1922 obtienen una segunda legitimación, cuando la Sociedad de Naciones que surge a partir del triunfo de la Triple Entente en la primera guerra mundial, establece el Mandato de Palestina a favor de Gran Bretaña, y le encomienda explícitamente que facilite un hogar nacional judío en Palestina.

La tercera legitimación surge de la Recomendación de Partición de Palestina, del 29 de noviembre de 1947, aprobada por la Asamblea General de la ONU, sucesora de la Sociedad de Naciones a partir del fin de la segunda guerra mundial. Los judíos eran entonces un tercio de la población de Palestina, a partir de la emigración promovida por el sionismo, fuertemente incentivada por la existencia de grandes masas de judíos refugiados como efecto de la barbarie nazi, y del impacto emocional que el genocidio causó en los judíos de todo el mundo. Este tercio de la población poseía el 7% de la tierra. Sin embargo, esta recomendación les adjudicaba a los judíos casi el 55% del territorio, a la población palestina originaria casi el 45% y al Corpus Separatum, que estaría integrado por Jerusalén y Belén y administrado por la ONU el restante 1%. 

Es muy importante remarcar que se trataba de una recomendación a la potencia mandataria, que ni Gran Bretaña ni el Consejo de Seguridad implementaron nunca. De manera que es una legitimación simbólica, pero por sí misma no parte el territorio ni crea al Estado de Israel.

Gran Bretaña actúo con la misma ambivalencia que había actuado hasta entonces, veía con satisfacción la introducción de un estado vinculado fuertemente a las potencias occidentales en medio del mundo árabe que estaba comenzando a constituir sus naciones, pero tampoco quiso enemistarse con ellas. De manera que abandonó Palestina sin resolver la cuestión.

Los árabes palestinos, y el mundo árabe en general, reaccionaron con indignación ante esta recomendación, que pisoteaba los derechos del pueblo originario palestino.  E invadieron Palestina, con ejércitos recién formados, y muy débiles. El único ejército en condiciones de combatir al sionismo era La Legión Árabe de Transjordania, dirigida por un oficial británico conocido como Glubb Pasha, pero el rey Abdullah acordó en secreto con los sionistas, hasta dónde avanzaría, para quedarse con la fértil Cisjordania y convertir a su desértico reino en Jordania. Sólo hubo combates reales y muy violentos en Jerusalén, sobre la que no hubo acuerdo, y que finalizó dividida.

Muchos sionistas tampoco aceptaban la partición, porque aspiraban al 100% de la Palestina del Mandato. Y quizás más, hoy el gobierno israelí opera en al menos el Líbano y Siria, y ataca a otras naciones árabes y musulmanas.

La reiterada frase “un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo”, es un genocidio simbólico que se desenvolvió efectivamente paso a paso hasta hoy.

Ante la recomendación muchos presionaron a Ben Gurion para que la rechazara. Pero el dirigente, políticamente más hábil, impuso el criterio de “aprovechar la oportunidad” (quizá única, porque estaba asociada a condiciones especiales de la inmediata posguerra).

El concepto de ir aprovechando las oportunidades es la raíz de que Israel nunca haya fijado sus fronteras.

La recomendación, como mencionamos, era inoperante, pero para el sionismo fue la oportunidad para declarar la Independencia del Estado de Israel y desplegar la Nakba, el exterminio y la expulsión de gran parte de la población palestina originaria. Finalmente, obtuvo el 78% del territorio, mucho más del que indicaba la recomendación.  Fue una forma muy exitosa de aprovechar la oportunidad.

En 1956 la nacionalización del Canal de Suez dio una segunda oportunidad importante.  De esta guerra no se habla porque no hay forma de disfrazarla de defensiva o de liberación.  Ante la nacionalización del Canal de Suez por parte de Nasser, Israel, Francia y Gran Bretaña aliadas invadieron Egipto. 

 La oposición firme de EEUU, que no quería otorgar tanto poder a potencias que consideraba declinantes, y de la URSS, aliada de Nasser, obligó a la retirada.  Fue una mala lectura de las nuevas correlaciones de fuerza geopolíticas y terminó en nada. Pero demostró el carácter agresivo del sionismo y su capacidad militar. Esta corta guerra es significativa porque rebate el argumento de que la política agresiva es propia del gobierno de derecha de Israel de las últimas décadas, y no propia del Estado de Israel en sí y del sionismo, porque entonces todavía gobernaban los Laboristas, aliados a veces con la llamada “izquierda sionista”.

Las bravuconadas de Nasser y otros dirigentes árabes en 1967 dieron una nueva oportunidad, esta vez exitosa, que dejó a Israel con la totalidad de Palestina, las alturas del Golan de Siria, y la península de Sinaí que más adelante devolvió a Egipto en el acuerdo donde Egipto reconoció al Estado de Israel.

En 1992 y 1993 se firmaron los acuerdos de Oslo, una serie de pactos entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), cuyo objetivo era iniciar un proceso de paz y establecer un marco de autonomía palestina en Cisjordania y Gaza. De estos acuerdos surgió la Autoridad Nacional Palestina, dirigida por la OLP, que administra las ciudades palestinas de Cisjordania, con poderes muy reducidos. También administraba la franja de Gaza hasta 2007, en que Hamas, que había ganado las elecciones, pero no fue reconocida, la expulsó. Desde entonces, Israel sitió Gaza, que se convirtió en la mayor cárcel a cielo abierto del mundo.

Se suponía que los acuerdos de Oslo constituían el inicio de un proceso que llevaría a la creación del Estado Palestino, al menos en parte de la Palestina del mandato. Para impedir el cumplimiento de lo comprometido en Oslo, el sionismo decidió fortalecer a Hamas frente a la Autoridad Nacional Palestina, para mantener a los palestinos divididos y proclamar al mundo que el proceso no podía avanzar porque no tenían con quien negociar.  Este fortalecimiento, que debía ser controlado permanentemente con el cruel sitio de Gaza, fue una jugada peligrosa, que desembocó en el 7/10 del 2023. 

Nada empezó en esa fecha, hay un proceso de décadas de opresión colonial, limpieza étnica y apartheid. Como declararon a comienzos del 2021 tanto Amnistía Internacional y Human Rights Watch, como B’Tselem, la organización israelí de derechos humanos que se ocupa de los palestinos, de hecho desde 1967 existe un único estado desde el río hasta el mar, donde los habitantes gozan de diferentes derechos, según su nacionalidad. Ni siquiera la ciudadanía israelí de la que gozan los palestinos de 1948, los que nunca se fueron del territorio del Estado de Israel, les permite tener los mismos derechos que tienen los judíos israelíes.

Desde 1967 existe un único estado desde el río hasta el mar, donde los habitantes gozan de diferentes derechos, según su nacionalidad.

Y el 7/10 creó una nueva oportunidad. No hay forma de creer sinceramente que el violento genocidio desatado sobre el pueblo de Gaza, que es el primero trasmitido por todos los medios de comunicación, sin que esto tenga consecuencias reales, tenga por objetivo destruir a Hamas. El sionismo lo dice abiertamente allí y acá. 

Por dar sólo un ejemplo, Sergio Pikholtz (entonces vicepresidente de la DAIA) afirmó: “Como repetimos incansablemente no hay civiles inocentes en Gaza, tal vez sólo los niños de menos de cuatro años. Sin piedad con los asesinos de judíos. Venceremos.”  Es impresionante recordar que DAIA nació en 1935 como organización antifascista. Lo mismo afirma Trump. El objetivo no es Hamas sino Gaza y Cisjordania, a ritmos distintos y según se presenten las oportunidades.  Culminar el genocidio y la limpieza étnica.

Los palestinos de 1948, ciudadanos israelíes, ya viven bajo un régimen de apartheid sui generis, con derechos cada vez más acotados. No sabemos que les depara una nueva oportunidad.

Hoy estamos en un momento bisagra de la situación. A pesar de la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que establece de hecho un nuevo Protectorado en Gaza, bajo la jefatura de Donald Trump, la violencia israelí tanto en Gaza como en Cisjordania no cesó. Y el destino de esta resolución es incierto.

La única salida real a largo plazo es la vigencia plena de los derechos humanos y políticos para el pueblo palestino. 

El pueblo palestino ha demostrado una gran capacidad de resiliencia durante décadas. Por ese motivo nuestra convicción es que finalmente Palestina vencerá.